sábado, 20 de julio de 2013

Velocidad lenta.

Cuando el dolor aprieta, el tiempo no se atreve a caminar. Cuando la felicidad abunda, el reloj se acelera.

Mi duelo transcurrió con pausas interminables. Fue lento y reposado. Sentía que el tiempo era eterno y que, a ese ritmo, mi felicidad no llegaría jamás.
Pero la alegría volvió a mi vida y, a diferencia de lo que muchos piensan, llegó antes de que volviera ser mamá. 

Hace un año decidimos que nacieras.
Llevaba 8 meses preparándome para saber respetar tus tiempos, y estar dispuesta a recibirte cuando tú quisieras, pero finalmente, cambié de parecer.
Y aquella rara tarde decidimos que al día siguiente te veríamos nacer. La medicina indicaba que era lo mejor, y no tuve el valor de contradecirla. Mi miedo sentía terror, mis principios se veían traicionados y mi corazón estaba dividido.
Yo quería lo mejor para ti pero sentía que debía esperar... Pero no pude, amor, el miedo me ganó. Me vendí a aquella oferta tan seductora de inducir tu nacimiento. Mañana ya te tendría en mis brazos... Era tan tentador... Mi corazón quería esperar, pero mi razón lo machacaba con un mensaje destructivo recurrente que me susurraba que si decidía esperarme y te morías, no me lo perdonaría jamás.
Entre lágrimas y abrazos de mi doula, decidimos aceptar la golosa oferta y por la mañana ingresaría.
No dormí. Era mi última noche de embarazo... Qué sensación tan rara... Sentía a Cora más cerca que nunca. Le confié mi miedo y mis dudas, y le rogué que nos cuidara.

Tras dieciséis horas de lenta evolución, parece que te animabas a salir. Me ofrecen tocarte la cabecita... Eres tan suave... Empujo, respiro, me mareo... Vas a nacer ya... 

Vuelvo a tocarte, estás cada vez más cerca. Ya está, ya está, ya está, me dice sonriente mi ginecóloga. Quieres sacarlo tú? 
Te cojo. Eres tú. Estás vivo.
Te coloco sobre mi pecho. Lloras.
Abres los ojos. Me miras. Estás vivo…
Me enamoro.
Creo una burbuja de amor en la que nos sumerjo a los dos, y dejo que pase Miquel momentáneamente.
Mi amor por ti se triplica. Eres perfecto. Llevaba tanto tiempo esperando ese maravilloso momento…


Sigue la vida en aquel paritorio. Me da igual lo demás, estoy contigo en brazos y estás vivo.
Te agarras a mí y me succionas buscando amor  y leche. Vienes decidido y con fuerza.
De aquello, hoy hace un año. Desde entonces todo ha cambiado. El tiempo se apresura en avanzar, y yo me esfuerzo en exprimirlo.

Gracias Adai, por venir y por quedarte. Por darme la oportunidad de darte la vida y sanar el nacimiento de la muerte. Gracias por escogerme como mamá y enseñarme la felicidad del amor maternal.
Gracias a la vida por mostrarme las dos caras de la moneda de las mamás. La peor y la mejor. No sabría decir de cuál he aprendido más.