jueves, 15 de agosto de 2013

Recordar para no olvidar

Recuerdo a mi hija porque quiero.
Eso no me hace ser una persona triste, ni infeliz. Yo estoy viva. Ella no. Lo sé, y lo acepto. Me gusta mi vida. La disfruto cada día y lo seguiré haciendo mientras tenga energía.
Yo rio, canto, salto, vivo una vida plena. Me falta un pedacito de mí, pero he aprendido a vivir sin él. Me considero una persona afortunada.
Utilicé mi pasado como trampolín para saltar a la vida, y por hablar de mi hija no me quedo en el sofá de la muerte. Cuando la nombro, la honro. Hay quien no lo comprende, pero no me importa. Gracias a ella entendí que hay mil y una maneras de vivir, y yo me quedo con la mía. Con la que he elegido. Siempre elegimos. Yo no elegí que ella muriera, pero elegí volver a ser feliz. Elegí aprender. Elegí salir a flote y seguir adelante con mi camino.

Cuando digo que tengo dos hijos, lo digo porque los tengo, no para dar pena ni nada parecido. No me siento bien mintiendo. La muerte acaba con la vida, no con la titulación maternal. Y sí, ejercí solo de mamá de un bebé intrauterino, pero ese pequeño ser fue y será mi hija para siempre. El amor no entiende de distancia.

Cuando nació Adai, escuché un sinfín de veces, “ahora ya por fin eres mamá…” Perdone, yo ya era mamá antes, ¿no se acuerda?
Y no es que no se acuerden, es que no lo saben. No saben que el amor no entiende ni de vida ni de muerte. No hay fronteras.
Tengo dos hijos, aunque mi libro de familia lo niegue.
Me da igual, no sabe más de mí un cuadernillo burocrático que yo.

Recuerdo a mi hija porque quiero. Y la seguiré recordando mientras mi corazón lata, y sospecho que latirá hasta que me muera.
Nada ni nadie matará su recuerdo. Me encargaré de ello. Y no lo haré ni con rencor  ni dolor, lo haré por amor. Por el amor ese que surge de manera espontánea al saber que estás embarazada y que una vez invade todo tu ser, ya es imborrable para siempre.

Cora no es de esas hijas a las que les gustan los columpios, ni hacer dibujos, ni cantar canciones. Cora no es de bocatas de nocilla, ni de vestidos de princesa, ni flotadores de playa. Cora no necesita desayunos con vitaminas, ni el mejor cole, ni el juguete de moda. Cora va más allá. Cora es esencia, presencia y destino. Es luz, inspiración y calma. Cora es compañera, sabiduría y verdad.
Cora es mi fuerza, mi energía, mi catapulta hacia la esencia de la vida. Cora es mi pregunta, es mi porqué, es mi razón de ser quien soy… me siento afortunada de poder tenerla.

Por mucho que me insistan. Por mucho que no lo entiendan. Por mucho que les suene raro… La recordaré siempre, para no olvidarla nunca.        

                        

jueves, 8 de agosto de 2013

Después de ti.

“Y la vida siguió como siguen las cosa que no tienen mucho sentido..." Cantaba Sabina, pero podría haberlo cantado cualquier mamá que vuelve a casa sin su bebé.
Ya estaba. Empezaba la nueva vida. No sabía bien bien por dónde cogerla. Me sentía en un desierto desconocido y sin ver más que arena en los cuatro puntos cardinales.
Se suponía que debía seguir adelante... ¿Por dónde se iba a adelante? No encontraba el rumbo por ningún sitio.
El mundo exterior me daba rabia y el interior me daba pena. Vivir se convirtió en un cúmulo de días tristes y noches difuminadas por las lágrimas de mis ojos.

No estabas. Me parecía increíble. Cuando el cansancio me dormía, el sobresalto de tu ausencia me despertaba y hacia que me tocase la barriga ansiosa, con la esperanza de comprobar que todo había sido una pesadilla. Ese gesto se repitió cada noche, durante semanas... Y ninguna de las veces fue un sueño.
Cada vez era más real. Ya no llegarías... Ya no habría primavera, ni verano para ti. Ni paseos en bici, ni dibujos en la nevera, ni cumpleaños feliz. No. Debía reconstruir el futuro que había diseñado para nosotras, pero debía rehacerlo sin ti. Lo intentaba pero el en lugar que tenías reservado ahora había un vacío enorme que no podía rellenar con nada.
Recuerdo esa sensación desconcertante como si fuera ayer. Jamás he tenido tanta incertidumbre como cuando desapareciste.
¿Cómo se supone que una ha de rehacer su vida sin fuerzas, ni ganas y sin un proyecto que seguir?

Cuando Miquel se incorporó al trabajo, los días se volvieron más negros aún. La desmotivación por la vida ganaba terreno. Mi madre se empeñaba en hacerme encargos simples, con el ánimo de mantenerme ocupada, y yo solo sentía fuerzas para abrir mis ojos y llorar.
Lloré de todas las maneras que se puede llorar. Podría haber creado el Kama Sutra del llanto. Cada lágrima que rodaba por mi mejilla, era un pedacito de dolor que se iba de mí y viajaba al olvido. Porqué si algo tiene de amable el dolor es que ese olvida. La intensidad se queda por el camino, y esa tremenda punzada en el corazón que un día nos desgarró, al recordarla nunca es igual. Duele, y dolerá siempre pero nunca tan tan fuerte. Y es que doler más que al principio, es imposible.

La gente ya no me pregunta. Y si lo hacen es para regalarme un desagradable "¿ya se te ha pasado?" a lo que contesto esquivando la mirada.

El sol sale cada día, pero encima de mí se ha posado una nube negra que me dedica tormentas diarias sin paraguas ni chubasquero... Es el momento de pedir ayuda. La busco. La encuentro. La acepto.
Tenía claro que si seguía haciendo lo que estaba haciendo, seguiría consiguiendo lo que estaba consiguiendo... O sea nada. Vivir sumida en el dolor... Yo no era esa. Yo no era unas ojeras con ojos. Yo era una mujer feliz, sonriente y enamorada del humor.

No entendía como mi deseo por tener un bebé acabó en el dolor más profundo que jamás había sentido.
La poca energía que tenía para vivir, la invertí en recuperarme. Y le puse tantas ganas, que reviví. 
Y no volví a ser la misma, empecé a ser mejor.