Recuerdo, hace más de 5 años, una amiga cercana se quedó
embarazada.
La primera del grupo. ¡Qué emoción! Su bebé era chiquitín.
Ella aseguraba que le latía el corazón, yo casi ni me lo creía.
algo tan pequeño tenía corazón. Pero si era un feto...
Antes de poder creérmelo, ese ser al que yo llamaba feto, voló
hacia las estrellas dejando a su mamá triste y vacía.
"Pues ya tendrá otro" pensé yo. "Total,
estaba embarazada de nada. No sé yo si eso del que ya latía se lo ha
inventado..."
¡Qué inculta, ingenua y "pocasolta" (como decimos los
catalanes) que era yo!
Mi amiga, acababa de perder a su bebé. Su querido bebé. Su primer
bebé.
Y yo, como la mayoría de las personas de su entorno, minimizamos
su dolor y desautorizamos ese duelo que ella necesitaba vivir, como mamá si
hijo.
Al tiempo volvió a quedar embarazada, y ese primer chiquitín casi
cayó en el olvido (no para ella, claro está). Y su barriga creció y su bebé
nació y nadie se atrevía a hablar de aquel bebé que pudo ser y no fue.
Cuando conocí la fatídica noticia de que Cora había muerto, ella
fue una de las primeras personas que se me pasaron por la mente.
¿Cómo podía haber sido tan cruel con mis palabras? ¿cómo podía
haber ninguneado su dolor de esa manera? ¿Cómo podía no haber entendido su
dolor?
No la entendí por que en aquel momento no sabía ni lo que era
tener un hijo, ni lo que significaba perderlo.
Tardé meses en hablar con ella y pedirle perdón.
Mis propias palabras me reconcomían por dentro y de tanto en tanto
me venía a la cabeza eso de . Me sentía fatal.
Por fin una tarde de verano la llamé, y le pedí perdón. Necesitaba
hacerlo. Sé que para ella no era quizás tan importante como para mí. Pero sentí
un alivio muy grande.
Hoy hace dos años que la vida le golpeó otra vez del mismo lado y
le hizo revivir la dura experiencia de perder a su bebé. Qué injusta la vida, qué
cabrona, qué de todo...
¿Hacía falta otra vez?
Esta vez ya no pensé todas aquellas barbaridades... Esta vez
conocía el dolor porque lo había sufrido en mí.
Qué poco duele el dolor cuando no es tuyo. Pero cómo mata cuando
te pertenece.
Esta mamá es una valiente y la admiro mucho, aunque creo que no se
lo he dicho nunca.
Tiene dos niños a los que abrazar y otros dos a los que añorar. No
es fácil vivir con el corazón dividido entre tu casa y las estrellas. Pero eso
pocos lo saben.
No conocí a esos bebés. Ni siquiera los pude acariciar a través de
la barriga de su mamá, pero para mí son muy especiales, tanto como los otros
dos a lo que sí conozco y que tantas sonrisas me arrancan con sus divertidas
locuras de nenes.
Carlos y Vera, que así se llaman aunque poca gente lo sepa, son
tan hijos suyos como Dani y Mia, que son la cara visible de su familia.
Y hoy hace dos años que Vera no está. Y aunque tenemos la
capacidad de acostumbrarnos a la ausencia, el recuerdo está presente y en su
casa la echan de menos. A Vera se la quiso, se la quiere y se la querrá
siempre. Por pequeñita que fuera. Por poquito tiempo que estuviera. Por poca
gente que supiera de ella...
Con su pie chiquitito, pisó fuerte y dejó una
huella enorme.
Gracias, Da, por permitirme aprender contigo, por hacer que
siempre me divierta a tu lado, y sobretodo por darme 4 sobris. Te quiero.