Estos días Post-Diada (de Petits amb Llum), he recibido varios correos de mamás agradecidas
que me escriben para contarme cómo vivieron la celebración del pasado sábado 19
de octubre.
Me ha llamado la atención
que más de una me explica que les pasó una cosa curiosa con su globo.
Para los que no sabéis de que va, os hago un breve
resumen. Desde hace 3 años, en la Asociación Petits amb llum celebramos una jornada en memoria de todos los bebés
fallecidos antes o al poquito de nacer.
Uno de los momentos más emotivos del acto es una suelta de globos que
lanza cada persona que asiste y que tiene a su retoño acunado en una nube.
Cada globo lleva su estrella. Una estrella que aguarda
ser rellenada con un mensaje que irá directo al cielo. A los papás nos gusta
imaginarnos que todos los petits esperan
con impaciencia a que llegue el suyo para leer su mensaje y, luego, jugar con
él.
El primer año que participé hacía apenas 8 meses desde el inicio del viaje de mi nena, y ese globo, para mí, cobró un significado tan especial que
soltarlo se me hacía imposible.
Sin querer me fusioné con él y sentía que ese globo era
mi Cora. En el momento del lanzamiento no podía, no quería, dejarlo ir.
Los demás compañeros voladores, habían emprendido su
viaje al infinito mientras que el mío aguardaba paciente en mi mano.
Me decido al fin. Lo suelto. Espero que se alce y se
pierda ante mis ojos en la entrante noche. Para mi sorpresa, no vuela, se
desplaza de lado a ran de suelo. ¿Por qué? ¿A dónde no va?
Se queda. Lo cojo, lo vuelvo a intentar…
Nada… no quiere volar.
Lo abrazo entre mis manos. Lo miro. Con la mayor de las
ternuras le hablo: Cora, has de irte. No
puedes quedarte aquí más. Cariño, ahora tienes que volar. Eres libre.
Y como si le hubiera otorgado la virtud del vuelo, voló.
Para mí, ese globo significaba mucho más que una esfera de
látex con helio atrapado.
En ese globo iban todas mis ilusiones, mi amor y gran
parte de mi maternidad. Con él se iba un trocito de dolor, de lágrimas, de temor.
Lanzaba a volar mi mayor logro y mi mayor derrota. Con ese globo se iba un
trocito de ti, Cora, y se iba hacia el lugar donde elegiste estar.
Estos correos recibidos estos días, de mamás que me
cuentan anécdotas similares con sus globos, me han hecho recordar lo importante
que fue para mí esa despedida. Siempre explico que esa magnífica celebración
fue el funeral que Cora nunca tuvo, y despedirla como se merecía me dio la
liberación que necesitaba para adentrarme en la aventura de volver a ser mamá.
Al mes siguiente, mi intuición se alertaba de que el amor
volvía a latir dentro de mío. Todo mi cuerpo se entregaba a la naturaleza y éste
empezó su impecable tarea de crear a vida.
Con tu globo fui capaz de ponerte un punto y aparte en mi
día a día. Un espacio que me hacía sentir la distancia justa para poder volver
a sonreír sin culpa y vivir sin miedo. Un final que te puse para empezar un
nuevo principio.
Este final no es el olvido, es el recuerdo. Ese recuerdo
por y para siempre. Ese guiño permanente entre tú y yo. Entre la vida y la
muerte.
Te prometo un globo cada año, y una sonrisa cada día.
Cada cosa bonita que hago, te la dedico.
Y es que tú, mi petita, has sido mi principio sin fin.
Lo que hicisteis es un acto de psicomagia que diría Jodorowsky.
ResponderEliminarTuvo que ser muy emotivo estar allí y ver volar los globos...