El mundo no tuvo el detalle de detenerse,
pese a que su corazón ya no latía.
Miraba por la ventana mientras mi sangre de
retorno traía consigo una furia incesante. Cómo era posible que las farolas
siguiesen regalando luz, que los coches circulasen a un ritmo constante, qué
sobrevolasen en el cielo las palomas… cómo era posible que la vida ahí fuera ni
parpadease.
No entendía nada, ni tan sólo porque seguía
respirando si ya no tenía ganas de vivir.
Seguías dentro de mí. Intentaba no tocarte.
Esperaba en una fría habitación a que salieras de mi cuerpo para siempre y
entregarte la muerte. No estaba preparada... Pero no había vuelta atrás. Las
hormonas recorrían mi cuerpo como la peor de las drogas y, artificialmente, en
unas horas nacerías.
El tiempo, que no tuvo la cortesía de
pararse, fue cruel conmigo y decidió convertir los segundos en años y me hice
vieja en aquella sala esperando tu nacimiento.
Tenía miedo. Me pasé 7 meses preparándome
para un parto en el que las 2 teníamos un papel muy importante. Éramos un
equipo, y casi ya al final del partido, abandonaste. Me dejaste sola. Cómo iba
poder parir yo, si tú no me guiabas, si tú no te abrías hueco en mí... ¿Cómo?
Estaba asustada, rota, silenciada...
El segundero seguía empeñado en dar vueltas
a la esfera que reposaba en mi muñeca. Lo miraba hipnotizada y me congelaba...
No lo podía creer. Estabas muerta en mi barriga. Cómo había podido pasar
esto... En qué momento decidiste que ya no seguías adelante... Podías haberme
consultado... Podíamos haber llegado a un acuerdo... Podías haberte quedado. Lo
hubiéramos pasado tan bien juntas.
Siguió la noche. Ahí fuera nadie se había
enterado de que ya no estabas. Apenas era capaz juntar una palabra con otra. Mi
cerebro estaba congestionado de tanto dolor y mi corazón empezaba a necrosarse.
Tumbada en la cama miro con perspectiva tu
contorno protegido por mi piel. Sigues ahí. Quieta. Aún tengo la pequeña
esperanza de que te vuelvas a mover y esto no haya sucedido jamás. Sigues firme
en tu decisión y no resucitas, pese a mi insistencia.
Se hace de día. Me bajan al paritorio donde
no sé si me dejaran saludarte.
Tengo miedo. Hay voces que hablan de cosas
que no me importan. Cuanto más se acerca el momento, más me acosa la idea de
que quiero verte. Me asusta preguntar si me dejaran, imagino que la respuesta
es no y no tengo fuerzas ni para que mi voz suene contundente. Entra una bata
blanca que tararea una melodía. Ni saluda. Tampoco me sale energía para
contestar... La medio observo. Parece feliz. Hago un esfuerzo e intento que mis
cuerdas vocales hagan su función. "¿Me dejaran ver a la nena?" le
pregunto. Me mira, y con tono alegre y enérgico me dice "hombre,
claro". Lo que está claro es que no sabe que mi hija reposa muerta en mí.
Sigue su canción y se va.
Agradecería un poco de información y
compañía.
¿Cuánto faltaba? Me parecía una tortura
seguir con su muerte acariciándome el útero. No podía más. Que hicieran un
corte y la sacaran. Lo había visto en la tele, no era tan difícil...
No habría cesárea. Sería un parto vaginal
mudo. El silencio estuvo sonando a 1000 decibelios, hasta que ensordecí.
Naciste y empezó mi vida sin ti.
Todos la queremos mucho, ese día a todos los que os queremos se nos murió un pedazo del corazón. Un día te veré y te apretujaré y te comeré a besos, Cora preciosa.
ResponderEliminarGracias cariño. Sé que la querías también. Te quiero 2 y doble. ;)
Eliminarsin palabras Noelia, ni mas ni menos...
ResponderEliminarGracias Fernanda. Un abrazo.
EliminarDios q bien q te explicas, son mis sentimientos enmudecidos saliendo por tu puño y letra.
ResponderEliminarGracias preciosa.
EliminarLa verdad es que casi ni lo pienso, sale solo.
Un besazo.